El viernes 24 de octubre, un grupo de 22 países
asiáticos se reunió en Beijing, para firmar el memorándum de
entendimiento que aprobó finalmente la creación del Banco Asiático de
Inversiones en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés), luego
de más de un año de que el presidente de la República Popular de China,
Xi Jinping, presentara la propuesta por primera vez ante el Foro de
Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en la ciudad de Bali,
Indonesia.
A decir de diversos funcionarios entrevistados al
respecto, el nuevo banco servirá como plataforma para financiar los
proyectos más importantes de la región asiática en materia de
telecomunicaciones, energía y medios de transporte.
Jin Liqun, ex presidente de la Junta de
Supervisores del Fondo Soberano de Riqueza chino (Sovereign Wealth Fund)
y ex vicepresidente del Banco Asiático de Desarrollo, quedará como
responsable de la institución. Al igual que el banco de desarrollo del
grupo BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), la
ciudad de Beijing acogerá la sede principal del AIIB. Tendrá un capital
suscrito de 50 mil millones de dólares y un capital autorizado de 100
mil millones de dólares. China aportará la mitad de los fondos y la
India será la segunda mayor accionista.
El monto del capital autorizado del AIIB representa
tres quintas partes del capital a disposición del Banco Asiático de
Desarrollo (165 mil millones de dólares), el banco regional de
desarrollo de 67 miembros (48 regionales y 19 extrarregionales) que se
puso en marcha en 1966 bajo los auspicios del Banco Mundial.
Los principios rectores del AIIB serán “justicia,
equidad y apertura”, en clara alusión al dominio aplastante de
Washington en la gobernanza de la Arquitectura Financiera Internacional.
Después de siete décadas de haberse llevado a cabo la Conferencia de
Bretton Woods, el rol de Estados Unidos como gendarme del capitalismo
global permanece incólume a pesar de su estancamiento económico y alto
nivel de endeudamiento tanto público como privado. “Se podría pensar en
esto como un partido de baloncesto en el que Estados Unidos quiere
establecer la duración del juego, el tamaño de la cancha, la altura de
la canasta y todo lo demás para adaptarse a sí mismo”, sentenció Wei
Jianguo, ex ministro de Comercio de China.
En este sentido, las operaciones de los bancos
regionales de desarrollo son fundamentales para comprender los alcances
del “poder blando” (soft power). Desde su fundación, tuvieron como
objetivo complementar las funciones del Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial como entidades proveedoras de crédito. El
combate a la pobreza y los programas de transferencias hacia los
sectores más desfavorecidos de la población, sirvieron como instrumentos
paliativos de las contradicciones del capitalismo periférico a fin de
garantizar el protagonismo de Estados Unidos en la economía mundial. En
otras palabras, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco
Africano de Desarrollo y el Banco Asiático de Desarrollo, tuvieron como
leitmotiv apuntalar la expansión de las Corporaciones Multinacionales
(CMN) y al mismo tiempo, mantener acotada la esfera de influencia
económica y política de la Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas
(URSS) en los países del Tercer Mundo.
En plena Guerra Fría, el Banco Asiático de
Desarrollo quedó bajo la órbita de los intereses geoeconómicos y
geopolíticos de Estados Unidos con el apoyo incondicional de Japón. Tal y
como ocurre con el FMI y el Banco Mundial, gobernados desde 1944 por
europeos y estadounidenses respectivamente, Tokio conserva la
presidencia del Banco Asiático de Desarrollo hasta la fecha. De manera
aplastante, Japón y Estados Unidos se mantienen como los accionistas
mayoritarios con 31.23 por ciento del capital suscrito y 25 por ciento
del poder de voto. En contaste, China continental y Hong Kong poseen de
manera conjunta 7 y 6.21 puntos porcentuales respectivamente.
Sin embargo, más allá de cuestiones relacionadas
con la falta de representatividad, los proyectos de infraestructura
representan un soporte clave sine qua non resulta imposible mantener
altas tasas de crecimiento económico en el largo plazo. La acumulación
capitalista en escala global se orienta cada vez más hacia el Este y el
continente asiático requiere, urgentemente, movilizar recursos para
conectar las cadenas regionales de valor, por ejemplo, a través de la
“Ruta de la Seda del Siglo XXI”, un cinturón económico que incluye una
extensa red de ferrocarriles de alcance continental que vinculará a
China con Asia Central, Rusia, Europa y quizás Medio Oriente. Según las
estimaciones del Banco Asiático de Desarrollo tan sólo entre 2010 y 2020
se requerirán 8 billones de dólares para proyectos nacionales y 290 mil
millones de dólares para proyectos regionales en materia de
infraestructura. Sin embargo, los préstamos otorgados por el Banco
Asiático de Desarrollo por un monto de 10 mil millones de dólares en
términos anuales, son abiertamente insuficientes para satisfacer el
nivel de demanda de crédito.
Ante la desaceleración del crecimiento de la
economía china a tasas inferiores de 8 por ciento y la creciente
debilidad de la demanda externa, el financiamiento de proyectos de
infraestructura a través del AIIB, dotaría a la integración asiática de
un empuje sin precedentes y China gozaría de un acceso privilegiado a
recursos naturales estratégicos y mercados de consumidores potenciales.
China es hoy el primer socio comercial de la mayor parte de los países
de la zona, entre ellos, India, Pakistán y Bangladesh, y el segundo de
Sri Lanka y Nepal. En 2012, el comercio entre China y los diez miembros
de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) alcanzó un
récord de 400 mil millones de dólares. Indudablemente, antes de que
Beijing aspire a conquistar la hegemonía económica mundial, será
necesario que consolide primero su liderazgo en el plano regional. Y no
sólo en materia económica, sino a través de un mayor equilibrio
geopolítico entre los países asiáticos a fin de mantener a raya la
“doctrina del pivote” impulsada por el Pentágono y el Departamento de
Estado.
Con todo y que Japón, Corea del Sur, Indonesia y
Australia declinaron apoyar la puesta en marcha del AIIB por las
presiones del gobierno de Barack Obama, el respaldo mayoritario del
continente asiático no hizo sino poner de manifiesto que los esfuerzos
de la Casa Blanca para debilitar la integración regional, resultaron
extremadamente limitados frente a la diplomacia del yuan. En suma, la
implementación de una nueva institucionalidad desafía de modo abierto
los pilares de Bretton Woods y acentúa el proceso de transición hacia
nuevas formas de gobernanza con eje en la regionalización financiera.
Quizás en algún momento, la era estadounidense colapsará de manera
inminente frente al brillo resplandeciente del crepúsculo asiático
centrado en el ascenso multipolar de Beijing.
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