Artículo escrito en 2009 por Peter Franssen con ocasión del 60º aniversario de la fundación de la República Popular China.
La República
Popular China festeja su 60 aniversario. País extremadamente pobre y
subdesarrollado en 1949, China se ha convertido en la segunda nación industrial y la tercera
economía del mundo. Para llegar a ello, tuvo que proyectar y desarrollar por sí
misma un modelo de desarrollo.
En el
momento en que Mao Zedong proclamaba la República Popular China, el nivel de
vida no era más elevado que el de África negra. En el primer periodo de
construcción, de 1949 a 1979, en país registraba grandes éxitos en la lucha
contra la pobreza. Pero fue en el segundo periodo, de 1979 hasta nuestros días,
cuando los progresos fueron más importantes. El Banco Mundial escribe: “Entre
1981 y 2004, la parte de la población que dispone de menos de un dólar al día
ha pasado del 65% al 10%. Entre 1981 y 2004, más de 500 millones de chinos han
salido de la pobreza.”
En los demás
terrenos del desarrollo humano también, los progresos son impresionantes.
En 1949, el
90% de los chinos eran analfabetos. Hoy, el 87% de las mujeres y el 96% de los
hombres de más de 15 años saben leer y escribir.
En 1949, un
chino vivía 35 años de media. Hoy son 72 años. Actualmente hay 4 millones de
camas de hospital y 6 millones de enfermeros, médicos y parafarmaceuticos a
tiempo completo. Hoy el número de médicos por cada 10 000 habitantes es de 16,
es decir un 50% más que en 1978.
En 1949, ir
al colegio era un privilegio de los ricos. Hoy, China, tiene la mayor red de
colegios del mundo. Los parbularios cuentan con 23 millones de niños. La
enseñanza primaria, secundaria y superior cuentan respectivamente con 105, 92 y
20 millones de alumnos y estudiantes. Cada año, más de 6 millones de
estudiantes de las universidades y las escuelas superiores terminan sus
estudios. La enseñanza emplea a 13 millones de enseñantes a tiempo completo.
La clave: la
economía
Durante estos 60 años, China nunca ha encontrado soluciones
« receta » para problemas que son inmensos en un país donde vive una
quinta parte de la humanidad y que aún en 1949, hacía parte de los más pobres
del planeta. El Partido Comunista ha cometido muchos errores, muy graves
incluso, y no cabe duda de que aún los comete a día de hoy. Pero no se pueden
evaluar correctamente estas faltas y estos errores sin colocarlos en un
contexto de progreso vertiginoso.
Ningún gran país puede presentar un currículum como el de China. Su
vecina, la India, que también cuenta con más de mil millones de habitantes, la
superaba con mucho en 1949 en el plano del desarrollo humano. Hoy, la situación
se ha invertido. China tiene un 7% de niños subalimentados. En la India son el
44%. En China, el 98% de los niños de menos de 12 años van al colegio. En la
India son el 50%.
En 1950, la renta per cápita de China era un 25% inferior a la de la
India. Hoy es tres veces más elevada.
La clave del éxito chino reside por supuesto en lo siguiente: cuanto más
rápidamente crece la economía, más rápidamente se pueden resolver los problemas
de la alimentación, la vestimenta, la vivienda, los cuidados sanitarios, la
enseñanza, el empleo, la urbanización.
Desde 1980, la economía china crece una media del 10% al año, es decir
más del doble de la tasa de crecimiento del periodo 1949-1979. Hoy, China es
capaz de alimentar a toda su población: un 22% de la humanidad, incluso si
China sólo posee un 9% de todas las tierras cultivables del planeta. Su reserva
de cereales es dos veces más importante que la media mundial.
En 1952, el producto interior bruto (lo que se produce en todos los
sectores) de China era de 68 billones de yuanes. En 2008 eran 30 billones de
yuanes.
En 1950, China producía menos del 3% de todo lo que era producido en el
mundo entero. Hoy es el 12%.
De las 22 principales categorías industriales, hay 7 en las que China es
el primer productor mundial.
El número uno, dos y tres del mundo bancario internacional son chinos y
ambos tres pertenecen al Estado.
En 1950, China producía 160 000 toneladas de acero, apenas lo que se
necesitaba para fabricar un pequeño cuchillo de cocina para cada habitante. El
año pasado, la producción de acero ha sido de 500 millones de toneladas – es
más que la producción de Estados Unidos, Japón y Rusia juntos.
En 2008. China realizaba el 22% del crecimiento económico total en el
mundo. Según la ONU, este año superará el ecuador del 50%.
Mientras que el mundo entero suspira y gime bajo la crisis económica,
China conocerá también este año un crecimiento económico de al menos 8%. A modo
de comparación: los 16 países que utilizan el euro han tenido este año un
crecimiento negativo del 8%.
La práctica
pide a gritos un nuevo modelo económico
A lo largo del tiempo, el Partido Comunista Chino ha proyectado un modelo
que llama “economía socialista de mercado”. “A esto debemos nuestro
éxito económico”, dice.
Este modelo ha sido puesto en pie progresivamente a partir de 1979, como
alternativa al modelo soviético clásico, la economía planificada, modelo que
China ha conocido también hasta 1979. El modelo soviético nació en los años
1929-1927, tras la muerte de Lenin, el fundador de la Unión Soviética. Todos
los países socialistas han aplicado este modelo tras la Segunda Guerra Mundial.
La economía planificada, en la que el Estado concede a las empresas los
medios disponibles como las materias primas y las finanzas, ha tenido sus
éxitos y reveses. El modelo ha permitido a la Unión Soviética desarrollarse en
muy poco tiempo, pasando de una situación de país sub-desarrollado al rango de
segunda nación económica en el mundo. También permitió a la Unión Soviética
vencer al nazismo y, tras la guerra, ponerse de nuevo en pie en el plano
económico.
Pero a partir de los años 60 la economía soviética involucionaba en el
plano del crecimiento de la productividad, la eficiencia y el progreso económico
en general. La planificación central no podía impedir que crecieran la
prosperidad y el bienestar de la gente, aunque sea de forma muy moderada, como
tampoco podía impedir que sobreviniera una penuria de larga duración de bienes
de primera necesidad y de bienes de consumo. A partir de los años 60, la
economía capitalista central – Estados Unidos y Europa Occidental – conocía un
crecimiento más rápido que el de la Unión Soviético. Treinta años más tarde,
ésta iba a ser una de las causas de la desaparición de la Unión Soviética.
A finales de los años 70, China conoció una situación comparable a la de
la Unión Soviética al comienzo de los años 60. Durante el Primer Plan
quinquenal, de 1952 a 1957, la planificación central aseguraba un crecimiento
económico espectacular, pero por lo siguiente la tasa de crecimiento se puso a
bajar constantemente.
Durante el Primer Plan quinquenal, el crecimiento de la productividad en
toda la economía fue en promedio de 8,7% al año. Durante el Tercer Plan
quinquenal (1965-1970), había bajado al 2,5% y durante el Cuarto Plan
quinquenal, este crecimiento fue negativo: -0,1% de media al año.
Entre 1957 y 1978, el consumo privado en el campo aumentó un 1,9% al año
y por habitante. En las ciudades, este crecimiento fue del 2,6%. Hoy, este
crecimiento, tanto en el campo como en las ciudades, es entre tres y cuatro
veces más elevado.
Entre 1958 y 1978, la producción de cereales no aumentó más que un 2,08%
de media al año. Es aproximadamente el mismo ritmo de crecimiento que el de la
población.
En 1953, la relación entre el número de habitantes del campo y el de las
ciudades era de 4,9/1. En 1978, esta relación era exactamente la misma.
En 1952, el 85% de la mano de obra en el campo era empleada en la
agricultura. En 1978, este porcentaje era prácticamente el mismo.
A finales de los años 70, la mayoría de las empresas eran deficitarias.
En definitiva, la práctica pedía a gritos un nuevo modelo económico capaz
de asegurar un crecimiento más rápido de la productividad, de los beneficios
para las empresas estatales, una mayor eficiencia en la concesión y la
utilización de los medios de producción disponibles y la construcción más
rápida de una moderna nación industrial. Este modelo debía conceder más espacio
a la economía individual y capitalista, y una mayor autonomía a las empresas
estatales sin comprometer ni perder el control de la base del socialismo, la
propiedad de los sectores con mejores prestaciones de la economía y el poder el
Estado. Así, la práctica obligó a abandonar los viejos dogmas, poco eficientes.
Cuando en 1979 China introdujo tímidamente los primeros mecanismos de mercado
en la agricultura, ésta experimentó un crecimiento explosivo. Esto animó a
perseverar. En los quince años siguientes, China pudo poner en pie su modelo
coherente de economía socialista de mercado.
El mercado
socialista y capitalista
Tres características marcan la diferencia entre la economía socialista de
mercado y la economía capitalista de mercado.
En la economía socialista de mercado, el Estado, a través de sus empresas
y holdings, tiene en sus manos los pilares y los factores determinantes de la
dirección de la economía, como el sector bancario, la siderurgia, las
telecomunicaciones, los transportes, el sector energético, la explotación minera…
Por otra parte, el aparato de Estado no está en manos de empresarios
capitalistas. Estos no pueden, como ha sucedido bajo el capitalismo, unirse
como clase socioeconómica predominante, y por consiguiente no determinan
tampoco la política socioeconómica de la nación.
Finalmente,
hay diferencias en el funcionamiento del mercado. Bajo el socialismo, hay una
relación de unidad y lucha entre el Estado y el mercado, relación en la que el
Estado es el factor más fuerte y el que decide. Aunque el mercado sea el
principal instrumento de distribución de los medios disponibles entre las
empresas, no es por ello un mercado libre. Bajo el socialismo, el mercado
funciona dentro de los límites del sistema social. Es lo que define el carácter
del mercado. Así, en sus planes quinquenales y en su política cotidiana, el
Estado chino establece cuales son las prioridades, o el cómo serán realizadas
las inversiones, dónde y cómo serán corregidos ciertos aspectos. El Estado
anima a los sectores individuales y capitalistas pero su preferencia está no
obstante en las empresas estatales. En octubre de 2008, el Estado chino reveló
que iba a lanzar toda una serie de estimulantes, por un valor de 4000 millones
de yuanes. Al menos un 80% de esta suma colosal será invertida en pedidos para
las empresas estatales.
En la economía
de mercado libre capitalista, también hay una planificación del Estado y una
intervención del Estado, pero sólo para una parte mínima, y siempre mirando por
la rentabilidad de las empresas privadas. Durante los periodos de crisis y
guerra, la economía de mercado libre capitalista se orienta rápidamente sobre
un sistema donde la planificación y la coordinación nacional son mucho más
fuertes. Pero aquí también, la ganancia de las empresas privadas es el
principio prioritario. En la economía socialista de mercado, en cambio, el
desarrollo socioeconómico general de la nación es el principio prioritario.
No hace duda
algún de que la economía socialista de mercado crea nuevas contradicciones. La
principal es ésta: a medida que la economía crece y que las empresas
capitalistas se conviertan también en gigantes, crecerá en los capitalistas una
tendencia a querer asumir el control del aparato de Estado. Como ha sido
siempre el caso estos últimos 60 años, en los momentos cruciales la cohesión
interna y la firmeza en los principios del Partido Comunista serán entonces
determinantes.
China cambia el mundo
La economía
socialista ha hecho crecer a China como ningún otro país lo ha hecho jamás en
la historia. Esto no ha pasado desapercibido en los países de Asia, África y
América Latina, donde vive el 80% de la población mundial.
Desde los
años 1990 se puso en marcha en estos países lo que se denomina el “consenso de
Beijing”, una aprobación general del modelo chino de desarrollo. El consenso de
Beijing adquiere importancia a medida que el consenso de Washington no deja de
debilitarse. El consenso de Washington es sinónimo de neoliberalismo,
privatización, desmantelamiento de los programas sociales del Estado, la venta
a Estados Unidos, Europa Occidental o Japón de las partes más rentables de la
economía nacional, la concesión de todas las ventajas a las capas más ricas de
la población… Todo esto iba a traer un gran bien a los países del tercer mundo,
decían los defensores del consenso de Washington. Por supuesto, el camino iba a
ser doloroso de cuando en cuando, pero desembocaría en un futuro radiante.
Lo que ha
sucedido es lo contrario: la pobreza ha aumentado, los ingresos se han
estancado o han bajado, la enseñanza y los cuidados médicos se han ido
degradando. El desmantelamiento de los programas sociales ha provocado en
Tailandia una mayor propagación del sida, y en Indonesia la disminución de los
subsidios alimentarios a los que pasaban hambre. Para colmo, el neoliberalismo
provocaba cada vez más crisis económicas en Asia, África y América Latina.
Estos últimos treinta años, ha habido más de cien crisis económicas graves en
países en vías de desarrollo, considerados individualmente.
El consenso
de Washington recibió el golpe de gracia en 2008, cuando las instituciones
financieras de Occidente, que se creían superiores, que siempre tenían buenos
consejos que vender a los países del tercer mundo, se derrumbaron
lamentablemente, tras lo cual siguió un caos sin perspectiva en toda la
economía capitalista.
Poca gente en
el tercer mundo ha olvidado cómo los especialistas de las instituciones
financieras occidentales les predijeron durante años el colapso de los bancos
chinos. Pero hoy el tercer mundo ve cómo estos mismos bancos tienen que ir a
socorrer al tesoro americano, sin lo cual el número uno del mundo estaría en
bancarrota, o cómo los jefes de muchas multinacionales americanos se prostran
ante Dios para agradecerle la existencia de un mercado chino, sin el cual
podrían hacer las maletas y cerrar el negocio. La revista económica americana
Forbes escribe: “Estos próximos años, la prosperidad de los Estados Unidos
dependerá de lo que pase en China. Dependemos de la buena voluntad de los
chinos para poder financiar nuestro déficit presupuestario. Pero nuestra
dependencia va mucho más lejos. Nuestro comercio, nuestra seguridad, nuestra
diplomacia, nuestra competitividad sólo pueden crecer si las cosas no van bien
en China.”
El castigo
que se merecía este capitalismo altanero y arrogante, que a partir de la trata
de esclavos, se creía superior a los “untermenschen”, a ese 80% de la población
mundial que vive en Asia, África y América Latina, este castigo es total. Ello
motiva a una reflexión fundamental. El ganador del premio Nobel y profesor de
economía Joseph Stiglitz escribía recientemente: “Esta crisis pasará. Pero ninguna crisis grave pasa sin dejar rastro.
La herencia de esta crisis forma parte del combate a escala mundial entre las
ideas y acerca de la cuestión de saber qué sistema económico es mejor para el
pueblo. En ninguna parte este combate se lleva a cabo con tanta obstinación
como en el tercer mundo, entre la gente de Asia, América Latina y África. Allí
es encarnizada la batalla de las ideas entre el capitalismo y el socialismo.
[…] Los países del tercer mundo están
cada vez más convencidos de que no se deben abrazar los ideales económicos
americanos, sino que hay que apartarse de ellos lo más rápido posible.”
Las relaciones comerciales ponen patas arriba todas
las relaciones internacionales
La batalla
de las ideas y el rechazo al modelo americano también son una consecuencia de
la modificación de las relaciones económicas en el mundo. El crecimiento
económico de China ha hecho que el país se haya vuelto cada vez más activo en
la arena internacional. En apenas veinte años, he aquí lo que ha puesto las
relaciones patas arriba.
En un
extenso informe sobre la colaboración entre África y China y entre África e
India, el Banco Mundial escribe: “Durante
décadas, el comercio mundial ha sido una cuestión entre los países
desarrollados del norte y los países en vías de desarrollo del sur, y entre los
propios países del norte. Pero hoy, hay un amplio flujo de inversiones y
comercio entre África y Asia. En el año 2000, el 14% de las exportaciones
africanas iba hacia Asia. Hoy se trata del 27%. Es casi tanto como las
exportaciones hacia los Estados Unidos y Europa, los socios comerciales
tradicionales de África. La parte europea occidental de las exportaciones
africanas se ha reducido a la mitad durante el periodo 2000-2005”.
El comercio
entre China y los demás países del tercer mundo parte del principio gana-gana:
ambos socios deben obtener ventaja del comercio. Por regla general, esto
significa que China provee infraestructuras a cambio de minerales y petróleo.
Así, a finales de 2007, un gran acuerdo ha sido concluido entre el
Congo-Kinshasa y China, en el que está escrito que a cambio de minerales, China
va a hacerse cargo de la construcción de 31 hospitales (con 150 camas cada
uno), 145 clínicas o centros de salud (con 50 camas cada uno), 4 grandes
universidades, 20 000 viviendas sociales, la distribución de agua a la ciudad
de Lubumbashi, una nueva sede del parlamento, 3300 kilómetros de carreteras,
3000 kilómetros de vías férreas. Durante la firma del contrato, el ministro congoleó
de infraestructura, Pierre Lumbi, declaró: “Por
primera vez en la historia, el pueblo congoleño sabe para qué va a servir
nuestro cobalto, nuestro nickel y nuestro cobre”.
El periódico
The Economist escribe: “Cincuenta años de ayuda europea y americana
no han traído gran cosa a África. La cosa cambia con China. A cambio de
petróleo y materias primas, China construye infraestructuras africanas.”
Es evidente
que de esta manera China suscita mucha buena voluntad y se gana muchos amigos
en África, y ello en detrimento de los lazos entre África y Estados Unidos y
entre África y Europa.
Lo mismo
ocurre con América Latina. Aquí también, los lazos económicos ya han llevado a
la firma de tratados de “alianza estratégica” entre, por una parte, China, y
por otra parte Brasil, Venezuela, México, Argentina, Perú, Cuba, Bolivia y
Chile.
También Asia
está conociendo estos cambios. Ya en 2003, el New York Times constaba: “La dominación americana en Asia, que data
de hace cincuenta años, se desgasta cada vez más. Hoy, los países asiáticos se
orientan en primer lugar hacia China.” Mientras tanto, la situación ha
evolucionado tanto que incluso la relación entre Estados Unidos y Japón, Taiwán
y Corea del Sur, los tres principales aliados de Estados Unidos en Asia, están
ahora bajo presión. En 1995, Corea del Sur y Taiwán exportaban cada una hacia
Estados Unidos dos veces más que hacia China. Diez años más tarde. Los dos
países ya exportaban más hacia China. En 1995, Japón exportaba hacia Estados tres
veces más que hacia China. El año pasado, China se ha convertido en el primer
lugar de destino de las exportaciones japonesas.
Un informe
presentado al Congreso americano dice: “Los
flujos comerciales modificados también cambian las relaciones de dependencia. Japón,
Taiwán y Corea del Sur son desde entonces más dependientes de China. […] Las
relaciones económicas hacen que hoy haya más colaboración política y
entendimiento entre China y Japón, Taiwán y Corea del Sur.” Esto coincide
con el desgaste cada vez más acentuado de la influencia americana en Asia.
En los tres
continentes del tercer mundo se produce el mismo fenómeno. Por otras partes
parece llegar el fin de la era colonial. En el siglo pasado, y sobre todo
después de la Segunda Guerra Mundial, decenas de naciones del tercer mundo arrancaron
su independencia. Pero en muchos caso esta independencia sólo fue aparente y
cambió en muy poco su subdesarrollo. La presencia de China en la arena
internacional contribuye desde entonces a una independencia real de estos
países y a su desarrollo.
Peter
Franssen, 1º de octubre de 2009
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