Cena entre el comité chino y el estadounidense en la cumbre del G-20. (Reuters) |
Por Carlos Sánchez
El Instituto Hoover, uno de los centros de pensamiento preferidos por la derecha republicana, acaba de publicar un imponente estudio (213 páginas) sobre la influencia de China en EEUU.
China, viene a decir el informe, ha sido, desde que Deng Xiaoping lanzara la gran apertura hacia el exterior, la fábrica del mundo, pero ahora ha acelerado su objetivo de tener una presencia determinante en el planeta aumentando la inversión en sectores estratégicos y no solo vendiendo productos más baratos.
Una estrategia cocida a fuego lento no solo en EEUU, sino también en otros países avanzados, y el informe, de hecho, describe lo que está sucediendo en Australia, Canadá, Francia, Alemania, Japón, Nueva Zelanda, Singapur y el Reino Unido. China, se sostiene, ya no solo busca garantizarse materias primas, sino algo más. La Nueva Ruta de la Seda, un megaproyecto de infraestructuras —principalmente portuarias— impulsado por Beijing para unir a Europa y Asia, iría en esa dirección.
Según el Instituto Hoover, vinculado a la influyente y prestigiosa Universidad de Stanford, las autoridades chinas han roto con la tradicional política exterior de los anteriores mandatarios, que siempre habían preferido priorizar el desarrollo económico interno antes que emprender ambiciosos proyectos en el exterior capaces de desafiar el orden mundial. Y su conclusión es que el cambio ha sido más que evidente desde que el actual presidente, Xi Jinping, llegara al poder en 2012.
Hoover, que debe su nombre al presidente americano que tuvo que lidiar en 1929 con el 'crack' de Wall Street, no al siniestro personaje que dirigió el FBI durante décadas, pone como ejemplo que hoy 350.000 estudiantes chinos cursan estudios en EEUU, cuyo déficit comercial con el gigante asiático es descomunal: 335.000 millones de dólares. Por cada dólar que vende EEUU a China, el gigante asiático vende dos. Además, sostiene el informe, millones de chinos han emigrado a EEUU buscando construir sus vidas con más libertad económica, religiosa y política, con una presencia muy activa en la vida estadounidense.
Aunque el Instituto Hoover admite que no es conveniente "exagerar" sobre la influencia china en EEUU, desde luego las autoridades de Beijing nunca han interferido en las elecciones norteamericanas, al contrario que Rusia, sí pone de relieve la creciente influencia de China en universidades, ‘think tanks’, 'lobbys' o cualquier otro canal que sirva para influir en la toma de decisiones. Y pone como ejemplo la presión que reciben las universidades estadounidenses que organizan eventos considerados políticamente críticos con el partido comunista, llegando incluso a represalias por parte de diplomáticos de la embajada china y sus seis consulados en el país.
Poder económico y militar
La presencia china es especialmente significativa en el sector de la tecnología, clave para afianzar su poder económico y militar. Y se instrumenta a través del espionaje empresarial o las transferencias de tecnología mediante la compra de empresas. No se cuestiona la entrada de compañías chinas en el capital de empresas norteamericanas, sino el hecho de que sea imposible distinguir qué parte del capital es público y qué parte es privado, ya que la presencia del Estado en la economía china, como gestor o financiador, es determinante.
Esta preocupación por la naturaleza societaria de las compañías chinas la ponía de manifiesto hace unos días en Madrid Pablo Tedó, inspector de la Olaf, la oficina antifraude de la Unión Europea, organización que ha detectado como las empresas chinas subestiman el valor de las mercancías que exportan a Europa para pagar menos impuestos, principalmente a través de los puertos del Reino Unido, lo que ha provocado una multa de más de 2.000 millones de euros.
El debate es el mismo o, al menos, muy parecido en Francia o Alemania, donde es creciente la preocupación de las autoridades por el aumento de la influencia china en sectores estratégicos, algo que ha obligado al establecimiento de un sistema de autorizaciones previas en algunos países bendecido por Bruselas, que quiere ampliar el control a sectores muy relevantes de la industria del pensamiento, como los medios de comunicación.
La señal de alarma surgió el año pasado después de que una compañía china comprara KUKA, uno de los primeros fabricantes de robots del mundo, por unos 4.500 millones de euros, lo que alertó a las autoridades de Berlín, que posteriormente han vetado alguna operación.
Lo que se pone en duda es la ausencia de reciprocidad, un concepto sobre el que se fundamentan las relaciones comerciales entre países. Y hay una rara coincidencia en que las barreras de entrada a la economía china —que financia a sus empresas con dinero público sin atender a las reglas del mercado— son algo más que complicadas para las empresas de los países avanzados, que a menudo ven como fracasan sus inversiones por las dificultades que imponen las autoridades chinas.
El campeón del libre comercio
Desgraciadamente, sin embargo, el debate se ha trasladado a un ámbito muy distinto. Es paradójico, en este sentido, que tras la política proteccionista de Trump, China (junto a Europa y los Brics) se haya alzado como el campeón del libre comercio, cuando de forma sistemática se incumple la regla básica que lo hace posible: la reciprocidad.
Probablemente, porque al igual que sucede con Arabia Saudí, cuyo príncipe heredero ha sido recibido en Buenos Aires con tanta cordialidad como incomodidad, el gigante asiático es demasiado importante para las economías del planeta, lo que le convierte en un socio estratégico del que no se puede prescindir, ni siquiera relegar, aunque obligue a taparse la nariz cuando se habla de derechos humanos. Máxime cuando el imponente superávit exterior chino le permite financiar los abultados déficits fiscales de medio mundo.
Un asunto, por cierto, ignorado en los 31 puntos de conclusiones del G-20 celebrado en Buenos Aires, que nació en su diseño actual para apagar el fuego de la Gran Recesión, pero que hoy es solo un escaparate de líderes políticos sin ninguna función real dando apariencia de multilateralismo.
Es por eso por lo que la nueva y agresiva posición china está en el centro de la globalización, que en realidad es el caldo de cultivo que explica buena parte del auge del populismo. Rearmado ideológicamente —toda una paradoja— en nombre de la democracia. Un fenómeno que China debería comprender para recuperar su neutralidad en el tablero geoestratégico mundial.
Made in China
La raíz de los neonacionalismos —y del regreso a las políticas unilaterales— se encuentra, precisamente, en la idea de recuperar la soberanía arrancada a golpe de desarme arancelario, lo que exigiría, según ese esquema, menos inmigrantes y más control en fronteras. Un caramelo político de primera importancia que Trump (y otros) ha sabido manejar con habilidad, lo que explica el auge de los nacionalismos económicos y de los enemigos del libre comercio en su actual formulación.
Incluido, por supuesto, el nacionalismo chino, que ha lanzado el MIC 25 (Made in China 2025) también para proteger a sus industrias de la competencia exterior, y que claramente ha aprovechado el desarme arancelario para tener mayor presencia en el exterior. Algo a lo que no puede ser ajeno al 'invierno' económico que se avecina, y del que hablaba en este periódico hace unos días Ignacio de la Torre.
Y es que el comercio no es libre cuando las reglas de juego (fiscales, medioambientales, laborales, de respeto a los derechos humanos o la manipulación del yuan) son radicalmente injustas y desequilibradas. De ahí la importancia del encuentro en Buenos Aires de los presidentes del EEUU y China, cuyos resultados reales no serán inmediatos ni, por supuesto visibles, salvo una ruptura que pondría a los mercados en modo de máxima alerta.
Hoy, lo cierto, y dada la integración de las cadenas de suministro, el incremento de aranceles a China no solo a afecta a las empresas asiáticas, sino al conjunto del planeta. El FMI, de hecho, ha estimado que de aplicarse los nuevos aranceles y los anunciados, el PIB del planeta crecerá en 2020 tres cuartas partes menos de un punto porcentual.
El tiempo dirá si las relaciones comerciales son equilibradas —algo que ahora no sucede— o se construyen sobre el edificio de la reciprocidad, que supone, como algunos economistas han sugerido, poner en marcha un nuevo proteccionismo 'inteligente' capaz de desincentivar el uso de los superávits por cuenta corriente con fines políticos.
En el fondo, como ha escrito el economista Robert Skidelsky, el mejor biógrafo de Keynes, la solución pasa por una especie de regreso al viejo espíritu de Bretton Woods, cuando el objetivo era construir un mundo financieramente equilibrado sin disparates en las balanzas de pago nacionales, algo de lo que no se ha hablado en Buenos Aires.
No están en juego solo los aranceles, sino la propia credibilidad de la globalización y hasta la propia democracia.
Fuente: El Confidencial
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