miércoles, 1 de abril de 2015

De cómo la presidencia de Xi fue forjada por los traumas de Mao y Gorbachov


Curioso artículo sobre el presidente Xi Jinping publicado en la web de The Guardian el 6 de marzo de 2015. Sin embargo Manos Fuera de China no se hace responsable de todas las opiniones vertidas por el autor. 

Para inaugurar el Festival de la Primavera de China el mes pasado, Xi Jinping hizo una visita al pequeño pueblo norteño de Liangjiahe, donde fue desterrado en 1969 con apenas 15 años durante los desórdenes de la Revolución Cultural, donde trabajó durante 7 años y donde el futuro presidente de China se unió a las filas del Partido Comunista.

Su padre fue perseguido y encarcelado durante una las purgas de Mao, y Xi sufrió la humillación, el hambre y la indigencia, durmiendo en una cueva, cargando abono y construyendo carreteras, según cuentan los relatos oficiales. "Perplejo" cuando le enviaron al campo, Xi salió de allí curtido por los dolorosos años que pasó allí. Aprendió lo suficiente en aquel pueblo como para poder adoptar el papel de "hombre del pueblo". Pero las lecciones también hicieron que desconfiara profundamente de la gente del mismo pueblo. 

Xi dijo a los habitantes del pueblo que había dejado su corazón en Liangjiahe, pero que estaba claro que la experiencia había perdurado en él tanto de manera confesa como inconfesa, ayudándole a forjar el tipo de presidente que es ahora - tal vez el dirigente chino más fuerte desde Mao. 

En septiembre, Xi hará una visita a los Estados Unidos, en tanto que presidente que ha centralizado de manera implacable el poder, mientras se embarca en un ambicioso proyecto para revitalizar el poder comunista y asegurar el futuro del partido. También es un presidente cuya visión del mundo y cuya visión de China fueron forjadas por dos traumas históricos. 

El primero de ellos fue el trauma de la Revolución Cultural, cuando Mao utilizó al pueblo para hacer trizas a su propio partido, y Xi se vio envuelto en medio del caos. El segundo fue el trauma del colapso de la Unión Soviética bajo Mijaíl Gorbachov en 1991, cuando el pueblo fue invitado a levantarse y el Partido Comunista fue relegado al olvido. 

Porque si Xi se muestra como el hombre que puede salvar al Partido Comunista de sus propios demonios, también es un hombre determinado de forma obsesiva a mantener un control total sobre cualquier reforma, contrariamente a cómo lo hicieron Mao y Gorbachov. 

Los dos traumas gemelos explican por qué no permitirá al pueblo que conduzca un proceso de cambio. Su determinación a la hora de erradicar la corrupción, por ejemplo, coincide con una misma resolución para excluir a la ciudadanía de toda participación en esta campaña, por temor a que las fuerzas que desencadene escapen a su control. 

"Ha sido la combinación de este trauma doméstico, que experimentó de joven, y el trauma del colapso de la Unión Soviética, estos dos traumas, uno doméstico y otro extranjero", lo que le ha moldeado por siempre, dice Roderick MacFarquhar, un experto en política china de la Universidad de Harvard. "Ha visto lo que sucede si permites que haya demasiada crítica contra el Partido y el establishment."

Gorbachov y Mao también lucharon contra la oposición y el faccionalismo en el seno de sus propios partidos, aunque emplearon remedios muy distintos. Xi está determinado en consolidar el poder y eliminar a sus rivales. Ha experimentado en carne propia el caos que sigue a la desintegración del Partido, lo que explica en gran parte su deseo de revigorizar el Partido Comunista Chino y de reafirmar su liderazgo.

Uno de sus temas estrella es la guerra contra los "valores occidentales", incluyendo la prensa libre, la democracia y la separación constitucional de los poderes, considerados por él una pérfida amenaza para el régimen de partido único.

Tanto en esto como en el creciente control ideológico sobre sectores que van desde los medios de comunicación al ejército, Xi está resistiendo ante fuerzas que según él pusieron a la Unión Soviética de rodillas. Paradójicamente, también ha visto los peligros del aislamiento internacional y del repliegue hacia dentro, factores que ayudaron a debilitar a la China de Mao y a la Unión Soviética. Esta paradoja, entre la "reforma y apertura" de una parte y excluir los valores occidentales de otra, han creado una situación de tensión sin resolver bajo su presidencia.

Xi Jinping en una visita al pueblo de Liangjiahe

Cheng Enfu, director del Instituto de Marxismo en la Academia China de Ciencias Sociales, predijo que los esfuerzos del presidente por combatir esta "infiltración" de valores occidentales podrían volverse tan intensos como su campaña anti-corrupción.

Xi se considera a sí mismo como la antítesis del "hombre débil" que apagó la luz del imperio soviético. "Proporcionalmente, el Partido Comunista de la Unión Soviética tenía más miembros que nosotros, pero nadie fue lo suficientemente hombre para mantenerse en pie y resistir", dijo al parecer Xi en un importante discurso poco después de conquistar el liderazgo de Partido Comunista a finales de 2012.

Hoy, el presidente Xi se presenta como un hombre con los pies en la tierra, que se remangó la camisa y aprendió lo dura que es la vida durante aquellos años en los que trabajó con agricultores en el campo. En este sentido, se puede presentar como un digno sucesor de Mao. Pero, aunque nunca lo admitiría, también ha aprendido de los errores de Mao.

Mientras la Revolución Cultural de Mao casi destruyó a China, la guerra de Xi contra la corrupción es una obra maestra de destrucción controlada. Más de 100.000 miembros del partido han sido expedientados desde que empezó el año, pero a través de un proceso que está gestionado enteramente desde dentro del partido. Sencillamente, la ciudadanía no está invitada a unirse, mientras que activistas anti-corrupción han sido condenados a largas penas de prisión. No habrá denuncias masivas de cuadros corruptos y arrogantes, porque Xi recuerda demasiado bien hacia dónde lleva este camino.

"Necesita controlar totalmente el movimiento anti-corrupción, porque teme que la participación del pueblo conduzca a otra revolución cultural y traiga más caos", dice el historiador Zhang Lifan.

El colapso soviético - que en China se explica en parte por la corrupción - aún obsesiona al Partido Comunista Chino, dice David Shambaugh, director del China Policy Program en la Universidad George Washington. Se ha levantado toda una industria para estudiar las causas del colapso y para obtener las lecciones que se pueden sacar de ello.

Al principio, China acusó a Gorbachov como un líder débil y estúpido. Pero en los años siguientes, dice Shambaugh, los teóricos del Partido explicaron después el colapso soviético por la putrefacción interna - no solamente la corrupción, sino el estancamiento económico y político y el aislamiento internacional.

Gorbachov fue obstaculizado por la oposición dentro de la burocracia soviética; la fuerza de la campaña anti-corrupción de Xi reside en que reforma al Partido mientras afirma su preeminencia sobre el mismo.

Xi también trató de refutar la pérdida de dirección ideológica del Partido con otro relato: el partido debería estar orgulloso de sí mismo y tener confianza en su derecho histórico a gobernar. Mao, que había sido guardado en el cajón de la historia desde la época de Deng Xiaoping y de la gran apertura de China al mundo, debe ser desempolvado y venerado de nuevo como el triunfador de la revolución y el unificador de la nación.

"¿Por qué se desintegró la Unión Soviética? ¿Por qué se disolvió el Partido Comunista de la Unión Soviética?", preguntó Xi en un discurso en diciembre de 2012. "Es una lección muy profunda para nosotros. Desestimar la historia de la Unión Soviética y del Partido Comunista de la Unión Soviética, desestimar a Lenin y a Stalin, y desestimar todo lo demás es encaminarse hacia el nihilismo histórico, confunde nuestros pensamientos y mina las organizaciones del Partido a todos los niveles."

El problema, dice MacFarquhar, es que Xi no tiene una ideología coherente ni convincente que ofrecer.

"No tiene armas positivas contra la infiltración occidental de ideas, así que tiene que responder de forma negativa", dijo. "Es una tremenda contradicción la que tiene que enfrentar: mantener fuera las ideas de Occidente mientras construye una sociedad creativa, tecnológicamente avanzada y desarrollada."

Shambaugh dijo que el Partido Comunista Chino llegó a creer que el colapso de la Unión Soviética significó que tenía que adaptarse y reformarse, para volverse dinámica y competitiva. Pero empezó a abandonar esta estrategia en 2008, año en que tuvo que hacer frente a otros traumas: los disturbios en el Tíbet y en Xinjiang, una serie de revueltas populares, incluyendo las "revoluciones de colores" y la Primavera Árabe, y la disidencia interna a medida que la ciudadanía empoderada y los intelectuales pedían democracia.

Una vez más, los conservadores hicieron su análisis y no apostaron en la adaptación sino en la represión. Xi, según Shambaugh, ha intensificado la represión con respecto a su predecesor, Hu Jintao.

Así que cuando en 2013 se hizo obligatorio para los cuadros del Partido Comunista el visionado de una nueva serie de vídeos sobre la caída de la Unión Soviética, aquella no hacía énfasis en los defectos del sistema soviética sino - una vez más - en los pecados de Gorbachov.

"Los valores occidentales jugaron un papel decisivo en el fracaso de la reforma de Gorbachov, y el documental tiene por objetivo avisar a los cuadros contra los mismos errores que cometió Gorbachov", dijo Cheng.

"Gorbachov introdujo fuerzas externas para que le ayuden a darle la vuelta al Partido Comunista de la Unión Soviética. Xi cree que el Partido Comunista puede auto-corregirse. El Partido es capaz de localizar el problema y arreglarlo él mismo. La reforma comunista es controlable."

Este artículo fue publicado en el Guardian Weekly, incorporando contenidos del Washington Post.

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