domingo, 22 de marzo de 2015

¿Año de la Cabra, Siglo del dragón?

Por Pepe Escobar

Traducido para Rebelión por Germán Leyens, con algunas correcciones de Alexandre García (Manos Fuera de China). Pepe Escobar es un periodista brasileño del diario Asia Times Online y de Al-Jazeera. Es también autor de: « Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War » (Nimble Books, 2007); « Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge »; « Obama does Globalistan » (Nimble Books, 2009), Empire of Chaos (Nimble Books, 2014).

Beijing – Visto desde la capital china a comienzos del año de la Cabra, el malestar que afecta Occidente parece un espejismo en una galaxia lejana, muy lejana. Por otra parte, la China que te rodea parece demasiado sólida y en nada parecida a la nación agobiada que presentan los medios occidentales con sus cifras industriales descendentes, su burbuja inmobiliaria y sus amenazantes desastres ecológicos. A pesar de las profecías catastrofistas, mientras los perros de la austeridad y de la guerra ladran enloquecidos a lo lejos, la caravana china pasa en lo que el presidente Xi Jinping llama “nuevo modo normal”.

La actividad económica “desacelerada” todavía significa una impresionante tasa de crecimiento anual del 7% en la que es ahora la principal economía del globo. En el interior, una reestructuración económica inmensamente compleja tiene lugar mientras el consumo supera a la inversión como principal motor del desarrollo económico. Con el 46,7% del producto interno bruto (PIB) la economía de servicios ha sobrepasado la manufactura, que llega a un 44%.

Geopolíticamente Rusia, India y China acaban de enviar a Occidente un poderoso mensaje: están ocupados poniendo a punto una compleja estrategia trilateral para establecer una red de corredores económicos que los chinos llaman “nuevas rutas de la seda" a través de Eurasia. Beijing también está organizando una versión marítima de la misma, modelada según las proezas del almirante Zhen He quien, durante la dinastía Ming, navegó siete veces por los “mares occidentales”, comandando flotas de más de 200 navíos.

Por el momento, Moscú y Beijing trabajan en la planificación de una nueva versión de alta velocidad del legendario tren transiberiano. Y Beijing se ha comprometido a convertir su creciente cooperación estratégica con Rusia en una crucial ayuda financiera y económica si Moscú, asediado por las sanciones, y enfrentando una desastrosa guerra de precios del petróleo, lo pide.

Al sur de China Afganistán, a pesar de los 13 años de guerra que los estadounidenses siguen librando allí, se mueve rápidamente hacia su órbita económica, mientras el plan de establecer un oleoducto China-Myanmar aparece como una reconfiguración trascendental del flujo de energía euroasiática a través de lo que hace tiempo llamé “oleductistán”.

Y esto sólo es parte de la frenética acción que forma lo que los dirigentes de Beijing definen como "cinturón económico de la nueva ruta de la seda" y "ruta marítima de la seda del siglo XXI". Estamos hablando de una visión de crear una infraestructura potencialmente alucinante, empezada en gran parte desde cero, que conectará China con Asia Central, Medio Oriente y Europa Occidental. Semejante desarrollo incluirá proyectos que van de una actualización de la antigua ruta de la seda a través de Asia Central al desarrollo de un corredor económico Bangladesh-China-India-Myanmar, un corredor China-Pakistán a través de Cachemira, y una nueva ruta marítima de la seda que se extenderá por todo el camino del sur de China, como en un camino de Marco Polo al revés, hasta Venecia.

No hay que ver esto como una versión china en el siglo XXI del Plan Marshall de EE.UU. para Europa después de la Segunda Guerra Mundial, sino como algo mucho más ambicioso y con un alcance potencial mucho más vasto.

China como megaciudad

Si se observa este frenesí de planificación económica desde Beijing, se acaba teniendo una perspectiva que no existe en Europa o EE.UU. Aquí, las vallas publicitarias en rojo y oro promueven la nueva consigna, lanzada con alboroto por el presidente Xi Jinping para el país y el siglo, “el sueño chino” (que recuerda el “sueño estadounidense” de otra época). No hay estaciones del metro que no las tenga. Nos recuerdan por qué se considera que 65.000 kilómetros de nuevos trenes de alta velocidad son tan esenciales para el futuro del país. Después de todo, no menos de 300 millones de chinos han realizado en las últimas tres décadas una migración que ha roto con todos los paradigmas existentes, en busca de ese sueño, del campo a las áreas urbanas en plena explosión.

Se espera que otros 350 millones estén preparándose para migrar, según un estudio del McKinsey Global Institute. De 1980 a 2010, la población urbana de China creció en 400 millones de habitantes, dejando al país con al menos 700 millones de habitantes urbanos. Se espera que esa cifra llegue a 1.000 millones en el año 2030, lo que supone un tremendo esfuerzo para ciudades, infraestructuras, recursos y la economía en su conjunto, así como niveles de contaminación del aire casi apocalípticos en algunas grandes ciudades.

160 ciudades chinas ya tienen más de un millón de personas (Europa solo tiene 35). No menos de 250 ciudades chinas han triplicado su PIB per cápita desde 1990, mientras la renta disponible ha aumentado en un 300%.

En la actualidad no hay que pensar en China en términos de ciudades individuales sino en términos de grupos urbanos – agrupaciones de ciudades de más de 60 millones de habitantes. El área Beijing-Tianjin, por ejemplo, es en realidad un grupo de 28 ciudades. Shénzhen, la más importante megaciudad de migrantes en la provincia sureña de Guangdong, es ahora también un centro de tránsito en un grupo de ciudades. De hecho, China tiene más de 20 grupos semejantes, cada uno del tamaño de un país europeo. Muy pronto, los principales grupos representarán el 80% del PIB de China y el 60% de su población. Por eso el frenesí de trenes de alta velocidad y sus dinámicos proyectos de infraestructura – parte de una inversión de 1,1 trillones de dólares en 300 obras públicas – tienen mucho que ver con la administración de esos grupos.

No es sorprendente que este proceso esté íntimamente vinculado con lo que Occidente considera una inquietante “burbuja inmobiliaria”, que en 1998 no podría haber existido. Hasta entonces todas las viviendas todavía eran propiedad del Estado. Una vez liberalizado, el mercado de la vivienda provocó paroxismos de inversión en la emergente clase media china. Sin embargo, en raras excepciones los chinos de clase media todavía pueden permitirse las hipotecas porque tanto los ingresos rurales como los urbanos han crecido también.

De hecho, el Partido Comunista Chino (PCCh) presta mucha atención a este proceso y permite que los agricultores alquilen o hipotequen sus tierras, entre otras cosas, para poder así financiar su migración urbana y sus nuevas viviendas. Sin embargo, ya que estamos hablando de cientos de millones de personas, tiene que haber distorsiones en el mercado inmobiliario, incluso la creación de desastrosas ciudades fantasmas con extraños y vacíos centros comerciales.

El frenesí de la infraestructura china está siendo financiado por un grupo de inversiones con fuentes en el gobierno central y local, empresas de propiedad estatal y el sector privado. El negocio de la construcción, uno de los mayores empleadores del país, comprende a más de 100 millones de personas, directa o indirectamente. El negocio de bienes raíces representa hasta un 22% de la inversión nacional total en activos fijos y todo esto está vinculado a la venta de electrodomésticos, mobiliario, y a un volumen de negocios anual del 25% de la producción de acero de China, el 70% de de su cemento, el 70% de sus planchas de vidrio y el 25% de sus plásticos.

Por lo tanto, no era de extrañar que durante mi reciente estancia en Beijing, los hombres de negocios me aseguraran de que la siempre inminente amenaza de que "estalle" la “burbuja inmobiliaria" es en realidad un mito en un país en el cual, para el ciudadano medio, la inversión final son los bienes raíces. Además, el vasto impulso hacia la urbanización asegura, como subrayó el primer ministro Li Keqiang en el reciente Foro Económico Mundial en Davos, una “demanda a largo plazo de viviendas”.

Mercados, mercados, mercados

China también está modificando su base manufacturera, que se multiplicó por 18 en las últimas tres décadas. El país sigue produciendo el 80% de los acondicionadores de aire del mundo, el 90% de los ordenadores personales, el 75% de los paneles solares, el 70% de los teléfonos celulares y el 63% de los zapatos. La industria manufacturera representa un 44% del PIB chino, y emplea directamente a más de 130 millones de personas. Además, el país ya concentra el 12,8% de la investigación y desarrollo global, mucho más que Inglaterra y la mayor parte de Europa occidental.

A pesar de todo, el énfasis se orienta ahora hacia un mercado interior en rápido crecimiento, que significará aún más inversión en infraestructuras, la necesidad de un mayor flujo de talentos en ingeniería y una base de suministro en rápido desarrollo. A nivel global, a medida que China empieza a enfrentar nuevos desafíos – aumento de los costes laborales, una cadena global de suministro cada vez más complicada y la volatilidad del mercado – también emprende un esfuerzo agresivo para pasar del montaje de baja tecnología a una manufactura de alta tecnología. La mayor parte de las exportaciones chinas ya son smartphones, sistemas de motorización, coches (y pronto aviones). En este proceso tiene lugar una desplazamiento geográfico de la manufactura de la costa sur a China central y occidental. La ciudad de Chengdu en la provincia suroccidental de Sichuan, por ejemplo, se está convirtiendo en un centro urbano de alta tecnología mientras se expande alrededor de firmas como Intel y HP.

Por lo tanto, China intenta modernizarse audazmente en términos de manufactura, tanto en lo interno como a nivel global. En el pasado, las compañías chinas se habían destacado en la entrega de mercancías de necesidad básica a precios reducidos, con niveles aceptables de calidad. Ahora, muchas compañías están modernizando rápidamente su tecnología y se trasladan a ciudades de segundo y primer nivel mientras las firmas extranjeras, tratando de reducir costes, se trasladan a ciudades de segundo y tercer nivel. Mientras tanto, a nivel global, los directores ejecutivos chinos quieren que sus empresas lleguen a ser verdaderas multinacionales en la próxima década. El país ya tiene 73 empresas en la lista Fortune Global 500, con lo que se posicionan en el segundo puesto después de los EE.UU.

En términos de ventajas chinas, hay que tener en cuenta que el futuro de la economía global reside claramente en Asia, con el aumento récord de los ingresos de las clases medias. En 2009, la región Asia-Pacífico tenía solo un 18% de la clase media mundial; en 2030, según el Centro de Desarrollo de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, esa cifra aumentará hasta la sorprendente cifra de 66%. Norteamérica y Europa tenían el 54% de la clase media mundial en 2009. En 2030 sólo será un 21%.

Sigamos la pista del dinero y también del valor que se obtiene con este dinero. Por ejemplo, no menos de 200.000 trabajadores chinos estuvieron involucrados en la producción del primer iPhone, supervisado por 8.700 ingenieros chinos. Fueron reclutados en solo dos semanas. En EE.UU., este proceso habría necesitado más de nueve meses. El ecosistema manufacturero de China es ciertamente rápido, flexible, e inteligente – y está respaldado por un sistema educativo cada vez más impresionante. Desde el año 1998, el porcentaje del PIB dedicado a la educación casi se ha triplicado, el número de universidades se ha duplicado y en sólo una década China ha construido el mayor sistema de educación superior del mundo.

Pros y contras

China tiene más de 15.000 billones de dólares en depósitos bancarios, que aumentan la friolera de 2000 billones de dólares al año. Las reservas de moneda extranjera se aproximan a 4000 billones de dólares. Todavía no existe un estudio definitivo de cómo circula en China este torrente de fondos, entre proyectos, empresas, instituciones financieras y el Estado. Nadie sabe realmente, por ejemplo, cuántos préstamos hace realmente el Banco Agrícola de China. Altas finanzas, capitalismo de Estado y sistema de partido único se mezclan y combinan todos en el ámbito de los servicios financieros chinos, en el que la realpolitik se entremezcla con los grandes negocios.

Los cuatro grandes bancos de propiedad estatal – el Bank of China, el Industrial and Commercial Bank of China, el China Construction Bank y el Agricultural Bank of China – han evolucionado todos de ser organizaciones gubernamentales a ser entidades semi-corporativas de propiedad estatal. Se benefician magníficamente tanto de bienes patrimoniales como de conexiones con el gobierno (o guanxi), y operan teniendo en mente una mezcla de objetivos comerciales y gubernamentales. Esos son los impulsores que hay que tener en cuenta a la hora de trata del formidable proceso de rediseño del modelo económico chino.

En cuanto al ratio entre la deuda y el PIB de China, éste aún no es muy imporante. En una lista de 17 países, se encuentra muy por debajo del ratio de Japón y EE.UU., según el Standard Chartered Bank y, a diferencia de Occidente, el consumo a crédito sólo es una pequeña fracción de la deuda total. Ciertamente, Occidente muestra una particular fascinación por el sistema bancario en la sombra de China: productos de administración de la riqueza, finanzas sumergidas, préstamos fuera del balance de cuentas. Pero tales operaciones solo representan alrededor del 28% del PIB, mientras que según el Fondo Monetario Internacional este porcentaje es mucho más elevado en los EE.UU.

Es posible que los problemas de China provengan de áreas no económicas en las que el gobierno de Beijing ha resultado estar propenso a dar pasos en falso. Es el caso, por ejemplo, de la ofensiva en tres frentes, cada uno de los cuales puede haber tenido su propio efecto bumerán: aumentar el control ideológico sobre el país bajo la consigna de soslayar los “valores occidentales”; reforzar el control sobre la información en internet y las redes sociales, incluyendo el refuerzo del  “gran cortafuegos de China” para controlar internet; y reforzar el control sobre las minorías étnicas inquietas, especialmente sobre los uigures en la provincia occidental clave de Xinjiang.

En dos de estos frentes – la controversia sobre los “valores occidentales” y el control de Internet – los dirigentes en Beijing podrían obtener muchos más beneficios promoviendo el debate, especialmente entre la vasta cantidad de ciudadanos jóvenes, bien educados y con conexiones con el resto del mundo, pero la maquinaria hiper-centralizada del Partido Comunista Chino no funciona así.

Cuando se trata de aquellas minorías en Xinjiang, el problema esencial puede no tener que ver con los nuevos principios-guía de la política étnica del presidente Xi. Según el analista residente en Beijing Gabriele Battaglia, Xi quiere gestionar los conflictos étnicos locales aplicando las tres “J”: jiaowang, jiaoliu, jiaorong (“contacto inter-étnico”, “intercambio” y “mezcla”). Sin embargo los esfuerzos de Beijing a favor de la asimilación han/uigur puede dar pocos resultados en la práctica cuando la política cotidiana en Xinjiang es conducida por cuadros inexpertos de la etnia han que tienden ver a la mayoría de los uigures como “terroristas”.

Si Beijing no acierta en el manejo de su lejano oeste, Xinjiang no se convertirá, como se espera, en el nuevo centro pacífico, estable, de una parte crucial de la estrategia de la ruta de la seda. Pese a todo ya se considera un nexo de comunicación esencial en la visión de integración eurasiática de Xi, así como un conducto crucial para el flujo masivo de suministros de energía desde Asia central y Rusia. El gasoducto Asia central-China, por ejemplo, que transporta gas natural desde la frontera turkmena-uzbeka a través de Uzbekistán y el sur de Kazajistán, ya está agregando una cuarta línea de suministro hacia Xinjiang. Y uno de los dos gasoductos acordados recientemente entre Rusia y China también llegará a Xinjiang.

El libro de Xi

La dimensión y complejidad de la miríada de transformaciones de China apenas pasan el filtro de los medios de comunicación estadounidenses. Las noticias en los EE.UU. tienden a subrayar la “decreciente” economía del país y el nerviosismo sobre su futuro papel a nivel mundial, la manera en que ha “engañado” a los EE.UU. acerca de sus intenciones, y su naturaleza como “amenaza” militar para Washington y el mundo.

Los medios de comunicación estadounidenses sufren de una fiebre china, que conduce a los típicos reportajes febriles que no le toman el pulso al país o a su líder. Mucho se pierde como resultado de ello. Una receta podría ser que lean The Governance of China, una compilación de los más importantes discursos, conferencias, entrevistas y de la correspondencia del presidente Xi. Ya es un best-seller con más tres millones de copias en su edición en mandarín, y ofrece una visión muy digerible de lo que significará el altamente proclamado “Sueño de China” de Xi en el nuevo siglo chino.

Xi Dada (“Xi Big Bang” como lo llaman en China) no es una deidad post-Mao. Se parece más a un fenómeno pop y ello no es muy sorprendente. En este remix de “enriquecerse es glorioso”, no se podía emprender la sobrehumana tarea de remodelar el modelo chino siendo un burócrata frío como el acero. En lugar de ello, Xi ha tocado una vena colectiva al subrayar que la gobernanza del país debe basarse en la competencia y no en el uso de información privilegiada ni en la corrupción en el seno del Partido, y ha presentado hábilmente la transformación que tiene en mente como un “sueño” al estilo americano.

Tras la estrella pop se encuentra claramente un hombre de sustancia que los medios occidentales deberían comprender. Después de todo, no se dirige semejante historia de éxito económico por accidente. Podría ser particularmente importante tomarle la medida ya que él ha tomado la medida de Washington y Occidente y ha decidido que el destino y la fortuna de China se encuentran en otro sitio.

Como resultado de ello, en noviembre pasado hizo oficial un trascendental cambio geopolítico. Desde ahora Beijing dejará de considerar a los EE.UU. o a la Unión Europea como su principal prioridad estratégica y se concentrará en los vecinos asiáticos de China y en los países BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica, con una atención especial en Rusia), también conocidos aquí como “las principales potencias en vías de desarrollo” (kuoda fazhanzhong de guojia). Y que conste que China ya no se considera a sí misma como país "en vías de desarrollo”.

No resulta sorprendente que recientemente haya habido últimamente semejante bombardeo de mega-acuerdos y mega-negociaciones chinas a lo largo de Oleoductistán. Bajo Xi, Beijing está colmando rápidamente la brecha con Washington en términos de potencia intelectual y económica, y a pesar de ello su ofensiva inversionista en el extranjero apenas acaba de empezar, nuevas rutas de la seda incluidas.

El ex-ministro de asuntos extranjeros de Singapur George Yeo considera que el nuevo orden mundial emergente es un sistema solar con dos soles, EE.UU. y China. La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Obama afirma que “EE.UU. ha sido y seguirá siendo una potencia en el Pacífico” y declara que “mientras haya competencia, descartamos la inevitabilidad de un enfrentamiento” con Beijing. Las “principales potencias en vías de desarrollo”, intrigadas como están por el extraordinario impulso infraestructural de China, tanto en lo interno como a lo largo de las nuevas rutas de la seda, se preguntan si un sistema solar con dos soles podría no funcionar. Por lo tanto, la pregunta es: ¿Qué “sol” brillará sobre el planeta Tierra? ¿Podría ser este siglo, de hecho, del siglo del dragón?

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