"Obama teme que una guerra con Irán agrave las tensiones con Moscú y Beijing, véase con Europa: "Tendríamos que echar a países como China del sistema financiero americano. Y como resulta ser uno de los principales compradores de nuestra deuda, tales acciones podrían desencadenar grandes perturbaciones en nuestra propia economía y suscitar dudas en el plano internacional sobre el papel del dólar como moneda de reserva mundial". Resumiendo, un conflicto mundial. Porque el ascenso como potencia de China amenaza en efecto tres instrumentos esenciales de la supremacía de los Estados Unidos: 1. Las aventuras militares. 2. El control sobre el Banco Mundial. 3. El dólar como moneda central del comercio y las finanzas."
Totalmente de acuerdo, y de allí la motivación de este blog.
Obama considera un conflicto mundial
1. El irresistible declive de los EE.UU.
“Un rechazo del Congreso del acuerdo con Irán no dejaría a la administración USA […] más que una opción: una nueva guerra en Medio Oriente.” “Irán es un país cuatro veces más grande que Irak, y tres veces más poblado.” “La elección a la que tenemos que hacer frente es, en última instancia, entre la diplomacia y cierta forma de guerra. Tal vez no sea mañana, ni en tres meses, pero será pronto.” “El sistema financiero USA estaría obligado a romper con China, principal comprador de nuestra deuda.”[1]
En esta serie de artículos, vamos a examinar las implicaciones de un sorprendente discurso de Obama, pronunciado el pasado 5 de agosto y que curiosamente ha sido cubierto con un manto de silencio por los medios de comunicación pese a que esté avisando sobre posibles catástrofes. En el Congreso, el día 8 de septiembre, los republicanos bloquearán el acuerdo con Irán. Pero a Obama también le cuesta obtener la adhesión de algunos demócratas. Las élites de los Estados Unidos parecen estar muy dividas en relación a la estrategia que hay que adoptar. ¿Es esto nuevo?
En absoluto. Esta división surgió alrededor del año 2000. En un principio, tanto demócratas como neoconservadores compartían una misma observación: los Estados Unidos están en declive. En su libro sobre la estrategia imperial de los Estados Unidos, The Grand Chessboard (probablemente el libro más influyente de los últimos 50 años) Zbigniew Brzezinski, antiguo responsable de la política internacional bajo la administración Carter, se mostraba pesimista: “A largo plazo, la política global será cada vez menos propicia para la concentración de un poder hegemónico en manos de un solo Estado. Por lo tanto, América no sólo es la primera superpotencia global, sino que muy probablemente será la última.” (pág. 267)
¿El motivo? "El poder económico también corre el riesgo de dispersarse. En los próximos años, ningún país estará en condiciones de alcanzar alrededor del 30% del PIB mundial, cifra que los Estados Unidos han mantenido durante la mayor parte del siglo XX, sin hablar de la barrera del 50% que alcanzaron en 1945. Según algunas estimaciones, América […] recaerá al 10-15% de aquí al año 2020. “
Para mantenerse como única superpotencia, Brzezinski proponía entonces un “imperialismo inteligente”: dividir las potencias rivales e impedir que formen un frente común.
Muy opuestos a las estrategias de Brzezinski, los neoconservadores que guiaban a George W. Bush proponían en cambio una estrategia de guerra generalizada (que utilizará el 11 de septiembre como pretexto). No obstante, su plataforma del Project for a New American Century (PNAC), elaborada entre 1997 y 2000, no era mucho más optimista: “En la actualidad, los Estados Unidos no tienen ningún rival mundial. La gran estrategia de América debe apuntar hacia la conservación y la extensión de esta posición ventajosa el tiempo que sea posible […] El mantenimiento de esta situación estratégica deseable, en la cual los Estados Unidos se encuentran ahora, exige capacidades militares predominantes a nivel mundial.”[3]
Analizando estas dos opciones en vísperas de la elección de Obama, en 2008 escribíamos: “De todas maneras, este imperio no se volverá pacífico. Tarde o temprano, volverá a lanzar guerras como Bush. Porque en realidad, el establishment estadounidense practica un ciclo de alternancia entre ambas opciones…”[4]
¿Ocho años más tarde, asistiremos a una nueva alternancia? Para comprender la situación, vamos a examinar las diferentes piezas del puzzle: China, Irán, Rusia, Europa…
¿Cuál era la clave para que los Estados Unidos consignan mantenerse como única superpotencia global?
“Eurasia (Europa + Asia) sigue siendo el tablero sobre el cual se desarrolla el combate por la hegemonía global. […] La manera con la que Estados Unidos ‘gestionarán’ Eurasia es de una importancia crucial. El mayor continente en la superficie del planeta es también su eje geopolítico. Toda potencia que lo controle, controla también dos de las tres regiones más desarrolladas y productivas. El 75% de la población mundial, la mayor parte de las riquezas físicas, bajo la forma de empresas o yacimientos de materias primas, cerca del 60% del total mundial.”[5] “Toda potencia que lo controle”: esto significa que en lugar de dejar que las demás naciones decidan libremente de sus relaciones comerciales y del empleo de sus riquezas, Washington considera que todas estas riquezas deben estar bajo su control. Una lógica propiamente imperialista.
Demócratas o republicanos, los estrategas estadounidenses sabían desde hace tiempo que la batalla decisiva se jugaría en Asia. Hacía falta por lo tanto poner todo en marcha para dividir y aislar las potencias de este continente. Y Brzezinski apuntaba a Beijing como peligro principal: “China podría ser el pilar de una alianza hegemónica China–Rusia–Irán”.[6] De la misma manera, el antiguo ministro estadounidense de Asuntos Extranjeros Henry Kissinger justificaba así los bombardeos contra Afganistán en 2001: “Existen tendencias, sostenidas por China y Japón, a crear zonas de libre mercado en Asia. Un bloque asiático hostil que combine las naciones más pobladas del mundo con grandes recursos y algunos de los países industriales más importantes sería incompatible con los intereses nacionales americanos. Por estas razones, América debe mantener una presencia en Asia…” ¡La verdad sale por la boca de los perros viejos! Habiendo terminado ya su carrera, Brzezinski y Kissinger pueden permitirse un lenguaje brutal, contrariamente a los actuales responsables en funciones. Estos, en cambio, deben aderezar sus estrategias con un ropaje diplomático.
Por lo tanto, no fue ninguna sorpresa ver a la administración Obama desplazar el centro de gravedad de su política internacional hacia Asia, en un intento algo desesperado para aislar y debilitar a China. El politólogo Mohamed Hassan explicó uno de los terrenos de esta confrontación: “China tiene una necesidad vital de recursos energéticos. Entonces Washington busca controlar estos recursos para impedir que lleguen a China.”[7] Hoy, la batalla por el control de las rutas del Océano Indico y las rutas terrestres del continente asiático es decisiva: Washington quiere tener la capacidad de bloquear el acceso de China al petróleo del Medio Oriente, al gas de Asia central, y a los minerales y recursos agrícolas de África. El Océano Indico es la clave. Pero hoy, en 2015, la perspectiva que provocaba pesadillas en los estrategas estadounidenses se está haciendo realidad, y podría decirse que a pasos agigantados. Con un eje sólido Beijing–Moscú–Teherán, Asia formaría una gran potencia económica que supondría un atractivo irresistible para Japón, India e incluso Europa. Los Estados Unidos quedarían excluidos del principal hogar económico y comercial del mundo.
¿Se convertirá China de nuevo en el centro del mundo? Ello supondría el declive definitivo del Imperio USA. Esto dependerá en gran parte de la construcción de la “Nueva Ruta de la Seda”.
3. Sabotear a China y su “Nueva Ruta de la Seda”
El 7 de mayo de 1999, la US Air Force golpeaba la embajada china en Belgrado, causando tres muertos. China había cometido el delito de oponerse a la guerra de la OTAN contra Yugoslavia. Desmontando las excusas baratas, en aquel momento escribíamos: “El bombardeo era una advertencia. Washington quiere evitar a toda costa una gran alianza entre China, Rusia, véase la India y otras potencias.” El responsable de los bombardeos, el presidente Clinton, declaraba por otra parte: “Mi principal preocupación, hoy en día, es China”. Pero hoy, la pesadilla de Washington se está haciendo realidad y tiene nombre: Nueva Ruta de la Seda. La antigua ruta, conformada por rutas que unían China con Turquía, hizo la fortuna de numerosos países y mercaderes. ¿La nueva ruta alterará los equilibrios mundiales?
Protestas frente a la Embajada de Estados Unidos en Beijing el 9 de mayo de 1999
La economía china posee tres características:
1. Es la economía más dinámica del mundo desde hace 20 años. Muy irónicamente, una “dictadura comunista que no entiende nada de economía” es en la actualidad el bote salvavidas de un capitalismo mundial en crisis pero que sigue siendo igual de arrogante.
2. Careciendo de materias primas, China depende fuertemente de sus importaciones. Consume el 75% del cobre congoleño, el 70% del hierro sudafricano, gran parte del petróleo y del gas de Medio Oriente, y también de Rusia y de las repúblicas ex-soviéticas de Asia central, etc.
3. Habiéndose convertido en el “taller del mundo”, exporta muchos bienes de consumo. Las rutas comerciales actuales siendo lentas e insuficientes, Beijing lanzó un proyecto gigantesco: construir gigantescos “corredores” que la unan a otros continentes. La ruta terrestre estaría compuesta por trenes de alta velocidad, autopistas, gaseoductos y fibras ópticas de telecomunicaciones. Atravesando Asia central, no sólo uniría a Beijing con Moscú, sino que también podría ser prolongada hacia Irán (en cuanto se levanten las sanciones), Turquía y… toda Europa en realidad. Rotterdam, Amberes y Berlín estarían así directamente conectadas a China y las economías asiáticas.
Las rutas marítimas unirían a China con África, Europa e incluso América Latina, lo cual desarrollaría fuertemente las economías de todas estas regiones. Pero el transporte marítimo moderno necesita puertos en aguas profundas que permitan el avituallamiento y el paso rápido de los barcos. Hace falta construirlos.
Actualmente el trayecto Shanghái-Rotterdam dura un mes por mar, menos de tres semanas en tren, y dos semanas en camión. Mejorando las infraestructuras y los pasos de aduanas, la duración de los transportes terrestres se vería reducido a la mitad. En el plano ecológico, multiplicar el número de camiones no es muy responsable, pero esto es otro debate.
De hecho, Beijing ofrece a los países del Sur el poder desarrollar sus economías intensificando sus intercambios. Y a los países del norte, que encuentren salidas para sus fábricas en plena desaceleración. Por supuesto, las empresas europeas – sobre todo las alemanas – babean ante la perspectiva de firmar gigantescos contratos de construcción. Para financiar todo esto, Beijing ha creado dos grandes bancos abiertos a los inversores extranjeros. La Nueva Ruta de la Seda concierne a 65 países y a 4.4 billones de personas, y estos países representan actualmente el 29% de la población mundial, pero este porcentaje podría duplicarse con el nuevo proyecto.
Los únicos que no se alegran, son los Estados Unidos, excluidos de esta nueva ruta comercial. ¿Hasta llegará irá el conflicto Washington-Beijing? ¿Y qué papel juega Irán sobre este tablero?
Notas:
[2] The Grand Chessboard : American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, 1997.
[3] Project for a New American Century (PNAC), Rebuilding America’s Defenses, septembre 2000.
[5] The Grand Chessboard, p. 59-61
[5] The Grand Chessboard, p. 263
[6] Henry Kissinger, Does America need a Foreign Policy? New York 2001, p.111-112
[7] La stratégie du chaos, Investig’action, Bruselas, 2011, p.246
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